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Luego, cuando estuvieron dentro de la ciudad, Ismael y sus hombres mataron a todos, excepto a diez, y arrojaron sus cadáveres a una cisterna. Los diez habían convencido a Ismael que los dejara partir y que ellos le traerían sus tesoros de trigo, cebada, aceite y miel que habían escondido. La cisterna en que Ismael echó los cadáveres de los hombres que había asesinado era la grande construida por el rey Asá cuando fortificó a Mizpa para protegerse contra Basá, rey de Israel.

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